Cada una de
estas preguntas y reflexiones, académicas y existenciales a la vez, me fueron
llevando a comprender la necesidad de asumir una sensibilidad diferente frente
al encuentro con el otro, frente a la posibilidad de traducir su experiencia y
hacerla inteligible. ¿De qué forma traducir una experiencia de dislocación
histórica, fractura y discontinuidad?, ¿de qué forma se representa y cuáles son
sus límites? ¿De qué forma el conocimiento que construimos a través del
encuentro con el otro, se convierte en una ruptura más que en una continuidad
del pasado traumático?
¿Cómo traducir y
hacer inteligibles el silencio evasivo y el olvido impuesto, de qué forma se
representa el pasado violento después de hechos casi inimaginables?, ¿Dónde
comienza lo físico y termina lo simbólico?, ¿de qué forma se actualiza el
pasado en el presente? ¿A través de que lenguajes?, ¿de qué forma la
experiencia del pasado violento deja de existir en el ámbito de existencia
inmediata y se vuelve invisible?
Este texto, entre otras cosas, busca realizar
una inflexión de la mirada, donde además de reflexionar sobre la forma en que
se ha reconstruido el pasado violento, busca visibilizar las tensiones que se
presentan entre el reconocimiento histórico y la invisibilidad, que han surgido
en diferentes escenarios de interacción social, a través de una propuesta
teórica que articula una biopolitica de la violencia (Foucault, 2007) con la
experiencia de desarticulación del sujeto (Castillejo, 2012).
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